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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Tocando fondo con Trump

Por: Maribel Hastings
Washington DC.-

Dicen que cuando se toca fondo hay dos opciones: rendirse o tratar de salir del hoyo. El culebrón semanal del presidente Donald J. Trump incluyó un nativista mitin en Phoenix, Arizona, y cerró la semana con broche de oro perdonando al racista, antiinmigrante y convicto exalguacil del condado de Maricopa, Arizona, Joe Arpaio. Un personaje con una larga carrera de abuso de autoridad y de echar mano del perfil racial para aterrorizar a las comunidades hispana e inmigrante, con base en el pretexto de combatir la inmigración indocumentada.

El perdón a Arpaio no me sorprendió en lo absoluto, pues Trump ya lo había anunciado en el mitin de república bananera que sostuvo en Phoenix. Tampoco me sorprendió, pues Trump y Arpaio son almas gemelas unidas por su desdén a la Constitución, al Poder Judicial y hacia el expresidente Barack Obama. Arpaio, como Trump, fue pionero del vergonzoso movimiento que cuestionó la ciudadanía estadounidense de Obama. Los autoproclamados defensores de “la ley y el orden” barren el piso con la Constitución para satisfacer sus objetivos.

El primer perdón de Trump se produce en los primeros siete meses de su presidencia y, según informes de prensa, ignorando lineamientos del Departamento de Justicia. Trump actuó incluso antes de que Arpaio fuera sentenciado. Lo que preocupa es qué hay detrás de este perdón.

Si bien es cierto que el presidente tiene la autoridad de girar estos perdones, y presidentes previos no han estado exentos de controversia al girar perdones al término de sus mandatos, también es cierto que ninguno de esos presidentes ni sus asesores eran investigados por potencial colusión con el gobierno de Rusia para influir la elección presidencial de 2016 y de posible obstrucción de justicia.

El domingo se informó que hace meses, en medio del juicio contra Arpaio por desacatar órdenes judiciales de que desistiera de detener individuos sólo por sospechar que eran indocumentados, Trump le habría preguntado al Secretario de Justicia, Jeff Sessions, si el caso federal contra Arpaio podía ser anulado.

Trump aspira a la autocracia. Y eso es lo preocupante. ¿Qué pasará ahora si la investigación del fiscal especial, Robert Mueller, en torno a Rusia, produce resultados? No olvidemos que también se ha reportado que Trump ha indagado sobre la autoridad de perdonar a asesores y familiares o de perdonarse a sí mismo. Al perdonar a Arpaio, ¿qué señal le está enviando Trump a los implicados en el Rusiagate? ¿No cooperen con el fiscal especial porque pase lo que pase serán perdonados?

Cuando uno piensa que ya ha visto todos de los excesos de este presidente, hace algo peor a lo anterior. Lo siguiente es ver qué decidirá en torno al futuro de DACA para los DREAMers. Y aunque pensemos que ya lo hemos visto todo, aún no tocamos fondo en la presidencia de Trump. Le restan más excesos. El reto es ver cómo saldremos de este hoyo.

La amnistía para Arpaio es una afrenta a nuestros valores

He aquí algo que conmociona: los norcoreanos lanzan misiles; Mueller redobla la investigación sobre Rusia; el huracán Harvey devasta la costa de Texas. Y es el momento en que Trump se enfoca en lo importante: perdonar al exalguacil Joe Arpaio, un digno miembro de la muchedumbre nacionalista blanca, antiinmigrante y transgresora de la ley que está trabajando duro para hacer que Estados Unidos se destroce otra vez. Aministiar a Arpaio después de todo lo que ha hecho es una seria afrenta a los valores estadounidenses.

Más allá de la retórica antiinmigrante con la que se ha querido invadir y manchar la esencia misma de una nación como Estados Unidos –solidificada por el aporte individual y colectivo de millones y millones de inmigrantes que han forjado su historia desde el principio–, existe una especie de nuevo mundo allá afuera: en las calles, en las plazas, en el trabajo, en las escuelas, los hospitales, en los centros comerciales, en los institutos de investigación social y científica, en los medios de transporte, en la prensa… en tantas partes.

Es un nuevo mundo integrado por quienes reivindicamos día tras día nuestro derecho a existir en una sociedad a la que hemos inyectado una particular energía en todo sentido, acorde con el momento histórico que nos ha tocado vivir. Nuestros rostros, nuestras voces, nuestra forma de participar le han dado un giro importante a este país, en el que la esperanza y no pocas ilusiones han sido los elementos de la nueva promesa social e histórica en que se ha convertido Estados Unidos. Otras comunidades lo hicieron antes; por eso causa extrañeza y desasosiego cuando vemos que a nosotros se nos quiere negar esa posibilidad.

Por eso, Astrid, tus palabras de anoche en respuesta al discurso del presidente –lleno de las mismas ansiedades de una supremacía blanca que patalea en una sociedad en la que ya no cabe como tal— nos hacen sentir que no estamos solos, que la solidaridad aún es posible, que el tejido social al que ya pertenecemos por derecho propio no puede destruirse de la noche a la mañana, ni con amenazas de redadas y deportaciones, ni mucho menos con esa vida miserable en que se han empeñado en imponernos para salir corriendo lo antes posible.

“De aquí no se va nadie”, decía el viejo poeta español León Felipe. Dices bien cuando te refieres a nosotros: “Los inmigrantes y los refugiados somos el alma y la promesa de este país. Y no estamos solos”.