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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Niña discapacitada de 10 años debe ser liberada inmediatamente y regresada a su madre

Por: David Torres
Washington DC.-

La maquinaria de deportación del gobierno de Trump ha realizado una nueva bajeza esta semana con el arresto y detención de Rosa María Hernández, de 10 años, en Texas. Rosa María tiene parálisis cerebral y ha vivido en Texas desde que tenía tres meses de edad. A principios de esta semana, tuvo que pasar por un retén de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) para ir a un hospital en Corpus Christi, donde se le realizó una cirugía de la vesícula biliar. En el retén, el CBP envió agentes para que acompañaran a la ambulancia durante el resto del camino hacia Corpus Christi, para luego esperar afuera del cuarto del hospital donde se encontraba Rosa María, y posteriormente detenerla, separarla de su familia y enviarla a un albergue en San Antonio para enfrentar la deportación.

Agentes federales permitieron que Rosa María se dirigiera hacia Driscoll Children’s Hospital en Corpus Christi, pero la siguieron hasta ahí y permanecieron afuera de la habitación durante la cirugía. Al principio, los agentes no permitían que la puerta de la habitación se cerrara, dijeron los familiares. A cualquier parte que Rosa María era llevada, los agentes la seguían.

…Rosa María fue llevada el miércoles a un albergue infantil en San Antonio, donde normalmente se recibe a niños de Centroamérica que cruzan la frontera solos, no menores que han estado en Estados Unidos durante varios años. Los inmigrantes detenidos por el gobierno federal son usualmente adultos, que esperan un juicio de deportación, o familias que acaban de llegar a la frontera.

…“El Sector Laredo de la Patrulla Fronteriza está comprometido a reforzar las leyes de inmigración de esta nación”, dijo el portavoz. “Con base en las leyes de inmigración de Estados Unidos, una vez que [Rosa María] se recupere médicamente será procesada como corresponde”.

Nuestra nación, en el gobierno de Trump y con su despiadada fuerza de deportación encabezada por CBP y ICE, ha llevado a cabo una nueva bajeza. No se puede ser más cruel que acechar a una niña discapacitada de 10 años cuando se le está realizando una cirugía de emergencia y luego ser separada de su madre. ¿Nos sentimos, como estadounidenses, orgullosos de que un grupo de agentes del gobierno armados hayan aprehendido a una angustiada niña de 10 años? ¿Dónde están nuestros valores? ¿Qué servicio público se brinda al privar a esta jovencita de su dignidad?

Incluso para los insensibles estándares del gobierno de Trump, el caso de Rosa María Hernández es indignante. Esto no es aplicar la ley; esto es crueldad infantil. Rosa María debe ser regresada y reunida con su madre inmediatamente.

Cada vez que surge un nuevo caso de evidente acoso contra los inmigrantes, se desdibuja la razón de ser de un país como Estados Unidos. Su imagen se desgaja, su historia contemporánea se resquebraja y su legado como “motor” del mundo se hace polvo.

¿Quién alaba a un país en el que agentes migratorios vestidos de civil detienen sin orden judicial a un trabajador inmigrante que realiza sus actividades en una propiedad privada, como en el caso de Oregon? ¿Quién puede mostrar respeto a una nación en la que la Patrulla Fronteriza custodia la habitación del hospital donde una niña indocumentada de 10 años que sufre parálisis cerebral se recupera de una cirugía realizada de emergencia, con la intención de deportarla una vez que sea dada de alta? ¿Quién entiende a un gobierno que se enfrasca en una batalla legal (y la pierde) contra una adolescente indocumentada que decide optar por el aborto porque es su decisión, y en la que ningún político puede ni debe influir, independientemente de su postura respecto al tema?

Son casos en los que el trabajador Carlos Bolaños, la niña Rosa María Hernández y la adolescente centroamericana a la que se denominó ‘Jane Doe’ aparecen de repente ante la nación y el mundo como ejemplos de la ignominia que está padeciendo, las más de las veces en silencio, una buena parte de la comunidad inmigrante en este país.

Ya hemos visto en otras ocasiones cómo el acoso de las huestes envalentonadas del régimen contra los inmigrantes no tiene límite, ya sean agentes de migración o simples seguidores del actual ocupante de la Casa Blanca. En los centros comerciales, en las cortes, en los hospitales, en las escuelas, en los aeropuertos, en la calle… prácticamente en todas partes ese acoso se respira como un miasma.

De hecho, la tierra de “salvación” que promovía el país está quedando solo como el remanente de un discurso envejecido en apenas unos cuantos meses de la actual gestión gubernamental.

En fin, la vuelta de tuerca que está por producirse en la sociedad estadounidense con estos y muchos más ejemplos de acoso contra las minorías, especialmente la inmigrante, determinará el rumbo del país, el tipo de nación que en verdad quiere ser Estados Unidos, dividido literalmente en dos segmentos sociales contrapuestos: por una parte, la supremacía que defiende el color del odio; por otra, la amalgama sociocultural que ha solidificado la pluralidad del país. Esa dicotomía es la barra de equilibrio en la que se balancea la experiencia de ser inmigrante aquí. Este país no puede –no debe– retirar la red de salvación, sino a riesgo de hacer colapsar su propia historia.