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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Dreamers al centro del torbellino político

Por: Maribel Hastings
Washington DC.-

Como en una montaña rusa. Así nos sentimos quienes estamos siguiendo el debate en torno al futuro de DACA y de los Dreamers. Y no puedo ni imaginar cómo se sienten los protagonistas, los propios Dreamers, cuyas vidas y futuro dependen en gran medida de los antojos de un inestable presidente, Donald J. Trump, que un día les ofrece un “proyecto de amor” y al otro declara que “DACA está probablemente muerto porque los demócratas realmente no lo quieren”.

Pero DACA, al menos judicialmente, está vivo. Este fin de semana y tras un fallo judicial en California, la Oficina de Servicios de Inmigración y Ciudadanía (USCIS) se vio forzada a reanudar la renovación de permisos de DACA. El Departamento de Justicia asegura que apelará el fallo del juez federal del distrito de San Francisco, William Alsup.

Y esto se produce mientras se negociaba en el Senado en busca de un acuerdo bipartidista migratorio que permita legalizar a los Dreamers, entre otros puntos, pláticas salpicadas por el más reciente exabrupto racista de Trump al referirse a Haití, El Salvador y naciones africanas como “países de mierda”.

De hecho, Trump habría hecho el comentario cuando los senadores le explicaban que, como parte del acuerdo preliminar al que habían llegado, los visados que se eliminarían del programa de lotería de visas por diversidad podían concederse a ciudadanos de países que tienen el TPS, pero que ya no lo tendrán luego que Trump lo cancelara.

Pero dos senadores republicanos que estaban en la reunión con Trump el pasado jueves en la Casa Blanca negaron que el presidente usara el lenguaje soez y cuestionaron la credibilidad del senador demócrata de Illinois y padre del Dream Act, Dick Durbin, quien fue quien denunció lo que llamó comentarios viles de Trump.

Durbin declaró que el senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham, enfrentó a Trump por sus declaraciones. Graham afirmó que todo lo reportado por la prensa es básicamente exacto.

Pero la mala sangre generada por Trump y los dos senadores republicanos con “amnesia selectiva” sin duda incide sobre las delicadas negociaciones.

Un sector republicano de línea dura no quiere conceder ningún tipo de beneficio migratorio, así sea a los Dreamers que tienen el apoyo de 85% de los estadounidenses de diversa ideología. Por los demócratas, hay un sector progresista que no ve con buenos ojos que se negocie con un presidente como Trump, sobre todo tras sus explosivas declaraciones racistas del pasado jueves.

El domingo Trump declaró que “no soy racista” y culpó a los demócratas del impasse, esto a pesar de que fue él quien el jueves rechazó el acuerdo tentativo, la misma semana en que dijo que firmaría lo que los negociadores le enviaran.

“Honestamente no creo que los demócratas quieran negociar. Ellos hablan de DACA pero no quieren ayudar a la gente con DACA”, declaró Trump en la Florida.

Este viernes 19 de enero es la fecha límite para arribar a un acuerdo sobre DACA que se integraría al plan de gastos del gobierno. De no haber consenso es probable que se apruebe otra resolución continua para mantener al gobierno operando y así dar más tiempo para las pláticas. Pero el espectro de un cierre del gobierno también es probable.

Lo importante es que todavía no se ha dicho la última palabra en torno a DACA y el futuro de los Dreamers. Para citar al incomparable Yankee, Yogi Berra, esto no se acaba hasta que se acaba.

Más allá de dilucidar sobre la evidente animadversión que le produce la gente de color a una persona racista como él, quien incluso, según la información no desmentida por la Casa Blanca, agregaría que Estados Unidos debería recibir, en todo caso, a inmigrantes de países como Noruega, es necesario puntualizar que con cada día que pase un racista así en la presidencia, la historia, el destino y el legado de esta nación se van a pique, y con él toda su sociedad.

Sobre cómo llegó al poder de una manera relativamente fácil con una agenda antiinmigrante, ya la historia lo ha consignado como uno de los capítulos más oscuros del devenir de esta nación, pues si bien es cierto no ganó el voto popular, sí fue solapado por un inentendible Colegio Electoral y una fracción importante del votante estadounidense blanco, animado por una retórica discriminatoria que apelaba a un pasado “glorioso” en el que la fórmula social no admitía a minorías. Más bien las acosaba, agredía, arrinconaba o expulsaba, y en el que letreros como “Sólo blancos” o “No se permite la entrada a negros, mexicanos ni perros” se desplegaban en todos lados como marca registrada de la intolerancia.