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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Trump ofrece el sueño americano apelando al muro, Guantánamo y el rechazo al inmigrante

Por: Amy Chozick
Washington DC.-

Trump

“Este es nuestro nuevo momento americano”, proclama en su discurso sobre el estado de la Unión, Donald Trump no pudo anoche escapar de sí mismo. En su primer y trascendental discurso sobre el estado de la Unión, ofreció un recital de cómo dar la vuelta al mundo sin moverse del sitio.

Apeló a los grandes valores del sueño americano y acabó exigiendo un muro con México. Quiso ser moderado y solemne, pero ordenó la continuidad de la prisión de Guantánamo. Ofreció unidad a una nación fracturada y al final sólo puso sobre la mesa más polarización y rechazo a los inmigrantes. Al cabo de más de una hora de intervención, Trump terminó siendo Trump, el presidente de la división.

“¡Presidente Donald Trump!”. El sargento de armas del Congreso dio la voz y bajo la cúpula del Capitolio se elevó un atronador aplauso. El cuadragésimo quinto presidente hacía su entrada en el santuario de la democracia estadounidense. Traje oscuro y corbata azul eléctrico, Trump avanzó entre saludos y aplausos hacia la tribuna. Iba a ser su primer discurso del estado de la Unión. No era un reto fácil. Trump es ante todo un presidente poco convencional. Y quizá por ello mismo tomó la decisión de parecer lo menos Trump posible.

Llegó al Congreso después de haber mantenido tres días de excepcional sobriedad tuitera y se dirigió a Estados Unidos con voz grave y un discurso, por momentos, ortodoxo. Desde el primer momento se advirtió la ausencia de su antiguo estratega Steve Bannon, el ideólogo del odio, muñidor de sus proclamas más salvajes. El resultado fue una intervención muy del gusto republicano, que buscó elevarse por encima de las peleas tribales, pero que no pudo escapar del propio muro que, día a día, durante 12 vertiginosos meses ha construido. No hizo falta que hablase de la trama rusa ni de fake news (bulos). Tampoco que insultase. Sus propios demonios, desde la criminalización del inmigrante al desdén a los derechos humanos, acabaron ahogando sus promesas de unidad y un futuro mejor.

“Este es nuestro nuevo momento americano. Nunca hubo mejor tiempo para empezar a vivir el sueño americano. Esta noche hablaré del futuro que tendremos y del tipo de nación que seremos. Todos nosotros, juntos, como un solo equipo, una sola persona y una sola familia americana”, afirmó al inicio de su alocución, en un intento de salir de la paradoja en la que vive atrapado.

Bajo su mandato, la economía brilla, la tasa de desempleo es la más baja desde 2000 y la Bolsa supera máximos históricos. Pero Trump no ha logrado quebrar el maleficio que le persigue desde el primer día. Su valoración es la peor desde que se tiene registro, y la fractura social se ha ahondado como nunca en medio siglo.

Esta quiebra en la confianza tiene su reflejo en el Congreso. De poco ha servido que los republicanos controlen la Casa Blanca y las dos Cámaras. La incapacidad del presidente para el pacto llevó hace apenas 10 días al cierre de la Administración federal. Su reapertura se logró tras un acuerdo agónico que dio de plazo hasta el 8 de febrero para resolver el destino de los dreamers (soñadores), los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos siendo menores y ahora ven crecer ante sus ojos la amenaza de la deportación.

Pero el ofrecimiento, grandilocuente como toda la intervención, pronto quedó en el vacío. Tras tender la mano, enseñó el puño. Fiel a su estilo, tomó a los dreamers como rehenes y lanzó sobre la mesa una propuesta venenosa. A cambio de permitirles la estancia en el país, pidió la construcción del muro con México, acabar con el reagrupamiento familiar y someter la concesión de visado a criterios de eficiencia económica. Una oferta indigerible para los demócratas, fuertemente anclados en el electorado hispano.