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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Nicolás, más duro que maduro

Por Ruddy Orellana V.

Un país inmaduro y descabellado, necesita de un Henriquecimiento democrático”, gritan las huestes del cambio en Venezuela, y se preguntan, desconcertados, si después de la muerte del comandante Chávez y las próximas elecciones del 14 de abril aún habrá vida y pan del día para anotar con particular esperanza en las páginas nuevas de una democracia renaciente, en el primer caso y, en el segundo, para distraer el hambre que desde hace mucho está en rojo. Las respuestas ni se asoman ni se toman la molestia de intentar ser balbuceadas. La incertidumbre social, política y económica ha desplegado su manto negro sobre una población dividida y en inminente confrontación. La muerte de Chávez (aunque ya se preveía) no sólo dejó huérfanos a cientos de miles de venezolanos que pudieron absorber con todo éxito la política paternalista de un gobierno popular que, similar a una nodriza, no hizo otra cosa que amantar y socapar a una población que cada vez se iba convirtiendo en una masa (con) uniforme fácil de moldear. Sino que también dejó todos los cabos sueltos en materia económica ocasionando un desmadre que difícilmente se podrá encaminar. (¿Estuvo encaminado?).

Después de 14 años de gobierno de Chávez, uno se pregunta sobre el legado que dejó. ¿Legado? ¡Ah, sí! Discursos, insultos, una carrera beligerante increíble, más discursos, despilfarro económico, firmando y distribuyendo a diestra y siniestra cheques y petrodólares que se fueron convirtiendo en parte del manual del socialismo del siglo XXI, una crisis económica aguda y sin esperanzas de brindar a su país un futuro próspero y eficiente. El estado de bienestar se convirtió en una utopía, pese a que Venezuela se perfilaba como uno de los países potencialmente más ricos del mundo. El desempleo, la inseguridad, las cortapisas a la libertad de prensa y de pensamiento, la criminalidad elevada al cubo, el desabastecimiento de los mercados y una inflación galopante, fueron, son y serán por mucho tiempo el legado que dejó un caudillo que pudo hacer de su país uno de los más prósperos y progresistas del continente. El poder embriaga y obceca, despierta la soberbia. Hace creer que la omnipotencia es inherente a la supremacía. Un endiosado y descabellado Maduro ha heredado el trono del comandante, también, por su puesto, la soberbia y la supremacía que no hace otra cosa que ahondar mucho más la incertidumbre y la crisis generalizada en Venezuela. Más duro que maduro, casi alcanzando los más altos picos en los que se paseaba el finado Chávez. Ya ha lanzado discursos de grueso calibre que atoraron el bocado del almuerzo a más de uno. La estrategia fundamental de Maduro es seguir al pie de la letra lo que heredó. Decir y hacer todo bajo el mandato de Hugo Chávez le rendirá frutos maduros a mediano plazo, pero que, sin duda, no tardarán en pudrirse producto de su propia contaminación. Estoy casi seguro de que las próximas elecciones las ganará Nicolás Maduro, y está bien que sea así, porque el chavismo tendrá que caer por su propio peso y quedarse atrapado en la telaraña de la confusión, del caos, la crisis y la pugna de poderes que tan pacientemente tejió el comandante.

La pésima administración de PDVESA encabeza los dolores de cabeza. La ineficiencia y la corrupción de un capitalismo de estado que jamás jugó limpio en los países en los que se aplicó secunda la lista. Los índices de criminalidad e inseguridad ciudadana son los más altos del mundo y su inflación, también. Chávez no supo llenar la alacena en tiempos de vacas gordas, al contrario, hizo gala de los petrodólares y prefirió importar alimentos para llenar los supermercados. La fábula de la cigarra y la hormiga resume con exactitud los 14 años del chavismo. Si por alguna razón Henrique Carriles ganara las elecciones, estoy seguro de que su gobierno no duraría mucho tiempo, en seguida las hordas chavistas harían lo imposible por derrocarlo o cuando menos desprestigiarlo con todo éxito, entonces la entronización de Maduro sería vitalicia y la figura de Chávez se alzaría con manto sagrado y regresaría como el “Cristo redentor”.