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Martes, 3 de Diciembre del 2024
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La Tarea Pendiente

Por: José López Zamorano
Para La Red Hispana
Washington DC.-

Al margen del desenlace de las históricas elecciones del 8 de noviembre, un hecho es claro: Estados Unidos es un país más dividido que hace cuatro años, no solo en términos políticos sino geográficos, étnicos, raciales y hasta culturales. Al cabo de una campaña donde uno de los candidatos deliberadamente enfrentó a los estadounidenses entre sí y ofendió a los inmigrantes, en particular a los mexicanos, a las minorías religiosas como los musulmanes, a los veteranos de guerra, a las personas con impedimentos físicos y a las mujeres, las fisuras del tejido social sociales no serán fáciles de surcir.

Sin embargo, me resistió a creer que todos los simpatizantes del millonario Donald Trump caben en esa tristemente célebre canasta de racistas, sexistas y xenófobos. Es posible discrepar en temas divisivos como la reforma migratoria, es entendible que existan divergencias legítimas en asuntos como la ley de salud o los acuerdos de libre comercio o en asignaturas sociales sensibles como el aborto, los matrimonios del mismo sexo y las políticas de control de armas de fuego.

Pero quiero creer que muchos de los seguidores de Trump, especialmente de la clase blanca trabajadora, votaron a su favor porque encontraron en su mensaje una solución a sus problemas de inseguridad económica, a pesar de que no necesariamente comparten sus expresiones misóginas, racistas o xenófobas. Muchos creemos que la construcción de un muro en la frontera con México o la deportación de millones de indocumentados no son la solución a los problemas económicos de los Estados Unidos, pero podemos discrepar sin tener que llegar a la descalificación y a las ofensas, que sólo pueden contribuir a radicalizar un ambiente explosivo.

De la misma manera resulta irresponsable poner en entredicho, sin pruebas, la integridad del sistema electoral de Estados Unidos y declarar que sólo se aceptaran los resultados cuando nos beneficien. Sembrar sospechas sin fundamento es alentar un caldo de cultivo propicio para un desbordamiento social peligroso. Con frecuencia se asume que la estabilidad de las democracias debe darse por descontada, pero hay suficientes ejemplos mundiales saber que el equilibrio social y la gobernabilidad deben alimentarse con dosis de tolerancia, respeto y sensibilidad a las ideas discrepantes de los miembros de una sociedad.

Es indudable que el liderazgo político de Estados Unidos, no sólo en la Casa Blanca o el Congreso, sino también en las organizaciones de la sociedad civil enfrentará el reto de contribuir a un clima de reconciliación enmarcado en la idea fundacional de que son más las cosas que unen que las que separan a una sociedad como la estadounidense. Pero debe ser una labor cotidiana de todos poner un grano de arena para contribuir y fortalecer ese clima de respeto a las diferencias. Se trata de una responsabilidad compartida en un momento particularmente delicado dadas las fisuras que dejó al descubierto el proceso electoral. La tarea pendiente implica ponerse todos a la altura de las circunstancias.