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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
| 6:03 am

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El Buscador

BuscadorUn día el buscador sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores bellas. La rodeaba por completo una especie de valla de madera lustrada.

Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y caminó lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió sobre una de las piedras, aquella inscripción: Aquí yace Abdul Tareg, vivió ocho años, seis meses, dos semanas y tres días.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía también una inscripción. Se acercó a leerla; decía: Aquí yace Yamin Kalib, vivió cinco años, ocho meses y tres semanas.

El buscador se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Pero lo que más le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio, se acercó; lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. -No, ningún familiar, -dijo el buscador. -¿Qué pasa con este pueblo?¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cual es la horrible maldición que pesa sobre esta gente que los ha obligado a construir un cementerio de niños?

El anciano respondió: -Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado....a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de ella.

¿Cuanto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? . Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso de la primera noche, ¿cuanto duró? ¿El minuto y medio del beso....? Y el casamiento de sus amigos..? ¿Y el viaje más deseado...? ¿Y el encuentro con quien vuelve de un país lejano...? ¿Cuanto tiempo duró el disfrutar de esas sensaciones...?

Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos. Cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido.