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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
| 10:54 am

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La margarita de la incertidumbre

Margarita

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Parece que la margarita de la incertidumbre en el mundo nos está dejando sin palabras. Noacabamos de deshojarla. Abrigamos una multitud de inseguridades como jamás. Hasta los mismos cascosazules operan en escenarios cada vez más problemáticos. Hay un incremento galopante de peligros paratrabajadores humanitarios en zonas de conflicto que no tiene precedente. Nadie respeta ya a nadie.

Pordesgracia, somos una generación irrespetuosa hasta con nuestra propia naturaleza, con los derechoshumanos y nuestro hábitat, y así no podemos mirar al futuro con esperanza. Todo se distorsiona demanera grosera, en lugar de activar diálogos abiertos y compresivos. La estima por la vida de nuestrosanálogos apenas vale nada. Somos una sociedad interesada, aburrida, sin creatividad, que ha tomado laconfrontación y la violencia como lenguaje. Únicamente entendemos de disputas. Ahí está el caso deChina, donde lo prioritario no es conversar, sino tomar como estrategia los misiles.

Olvidamos que lamejor defensa para mantener el sosiego es más de palabra que de armas. La necedad nos puede, yrealmente invertimos más dinero en armamento militar que en programas de paz o en programas sociales,que nos hagan crecer como ciudadanos de bien.La muerte espiritual es la enfermedad de este siglo. El ser humano se ha desposeído de sussentimientos. Sin ellos somos prácticamente piedras. Debiéramos poner en práctica las buenasdisposiciones, un mejor temple y una mejor escucha.

Desde luego, el futuro de una especie se sustenta porel vínculo responsable de los grandes valores humanos, aquellos que han forjado la identidad de nuestraexistencia. Los que cuidan su propia alma respetan su propia vida y la de los demás; puesto que larealidad es más interior que exterior, más de la mente y de la sabiduría que de las pasiones y necedades. La ofuscación de esta evidencia, no solo nos desorienta, también nos deja con poca fuerza para laconstrucción de una sociedad pacífica y para el desarrollo integral de individuos, pueblos y naciones.

Enconsecuencia, no ha de haber reticencias a la hora de propiciar el bien colectivo, que también pasa por elrespeto a su dimensión trascendente de la persona, que no puede prescindir del aspecto moral o losderechos fundamentales, civiles y sociales que, sin duda, todos nos merecemos como ciudadanos de unmundo global. Por consiguiente, ninguna institución que se precie de defender a sus ciudadanos, puede premiarla mezquindad, la falta de respeto, como puede ser la identidad religiosa en una sociedad pluralista.

Enocasiones, tenemos carencias en la educación cívica, sobre todo en la consideración de la identidad y losprincipios cristianos y de las otras religiones, detectándose fuertes resistencias a reconocer el papelpúblico de la religión. Y, sin embargo, el compromiso es fundamental para esa toma de concienciaciudadana que nos hace reencontrarnos con ese espíritu humano que nos diferencia de los animales. Laidea kantiana de que “la religión es el conocimiento de todos nuestros deberes como mandamientosdivinos”; cuando menos nos hace repensar, con lo que esto conlleva de purificación, de búsqueda de laverdad y el bien, de consuelo y de ayuda, en un orbe cada vez más confuso y plagado de incertidumbres.

De ahí, también la importancia de que la justicia social se active para eliminar tantas barreras que nosenfrentan por motivos de género, edad, raza, etnia, religión, cultura o discapacidad. Por todo ello, es un signo de esperanza frente a esta incertidumbre que soportamos, en mayor oen menor medida, que cada vez se alcen más voces que piden una vida digna para todos con igualdad dederechos y respeto hacia las distintas voces de los poblados del mundo.

El veinte de febrero celebramos, precisamente, este Día Mundial de horizontes amplios para construir un mundo más justo, en el que todaslas personas puedan cuando menos vivir y trabajar con libertad, dignidad e igualdad. Sería bueno, pues,impulsar el poder de la fraternización, en este mundo tan dispar, pero a la vez enriquecedor.