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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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En la hora del ocaso de nuestra vida

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Ocaso

Más pronto o más tarde, nos llegará la hora del ocaso a nuestra vida, con la esperanza de que cuando lamuerte nos alcanza, ya no seremos lo que en este preciso instante somos; andarines de sueños, peregrinos enpermanente búsqueda. Noviembre, que siempre despunta por ser una ventana de recordatorios y añoranzas a través de los días deSantos y Difuntos, puede ser un buen mes para interrogarnos y para ver dónde tenemos anclado nuestro espíritu,sabiendo que todo trasciende desde la mansedumbre. Lo que permanece son nuestras huellas; esas sí que no sepueden borrar, nos sostienen como especie y nos sustentan eternamente, con el constante asombro de saber que ahorasoy, y que mañana seguiré siendo a través del abecedario más profundo, el del silencio.

Sin duda, es importante que cualquier ser humano, cultive la religión que cultive, mantenga viva esarelación con sus predecesores, y entendamos la muerte como un peldaño más en este trascender hacia la luz. Ellos ahíestán, en profunda paz, injertándonos la última lección del pensamiento, con todo el tiempo del mundo, inmersos enel océano del amor infinito, donde ya no existe ni el ayer, ni el hoy, ni el mañana. Irremediablemente nuestra vida está profundamente armonizada a otras existencias.

Quizás, por ello,tengamos que despojarnos de este cuerpo para tomar otro verso más puro, otro poema más perfecto en una moradamás sublime, más celeste, más espiritual en definitiva. Al fin y al cabo, la materia se descompone y, en el transcursodel proceso, su masa se transforma, se convierte en energía. Unidos a esta poética invisible de recuerdos, se evita laposibilidad de olvido de nuestras raíces, la falta de consideración hacia nuestros antepasados, pues, hemos de pensarque la muerte, aunque ha de ser algo que no debemos temer, en realidad debe alentarnos a vivir.

El mundo de la literatura y del arte en general, también el de la ciencia, ha generado historiassorprendentes. Tal vez uno tenga que disolverse en la nada para llegar a ser el todo en la poesía, en la bellezaindescifrable e invisible que nos acerca a ese edén en el que todos somos parte y obra.

¿Habrá suplicio mayor que unalma aislada, desmembrada de ese tronco creativo que nos ilumina y se ilumina? Es hora de recapacitar sobre estascuestiones, máxime cuando se abusa sin piedad del jardín que el Creador nos ha confiado a todo ser humano, paraque todos podemos comer de sus frutos, no únicamente los privilegiados que, con su soberbia, mueren en la necedadmás absurda. Tan importante como saber morir es acertar a vivir en ese gran proyecto existencial que exige de lasolidaridad de todos.

A pesar de tantas generaciones pasadas y vividas aún no hemos acertado a nutrirnos respetandoel medio ambiente natural. A veces da la sensación que no tenemos fibra, que caminamos muertos, sin alma. Ahí estáel Mediterráneo convertido en el gran cementerio humano. Según ACNUR, durante los 10 primeros meses de 2016 almenos 3.740 migrantes y refugiados murieron en la travesía, cifra que ya casi supera el total registrado en 2015 de3.771. Ellos sí que merecen nuestra evocación. Cuando menos estamos llamados a guardar la memoria de su vida, atestimoniar su lucha por un mundo más poético, a consolar a sus familias y a activar nuestra lucha contra losdominadores de este injusto mundo, contra los espíritus malignos que imperan en cualquier esquina.

Que el tránsito ala muerte corporal nos halle vigilantes siempre, conviviendo y viviendo para los demás, antes de que entremos en elreposo absoluto del tránsito, a la espera de un nuevo despertar final. La memoria hacia nuestros progenitores, el cuidado de los sepulcros convertidos en santuarios de reposo,también nos ayudan a reencontrarnos con ese espíritu inquieto, deseoso de abrazarse y abrazarnos. La muerte nopuede tener la última palabra, ha de inspirarnos a comprender el valor y la valía de todo ser humano en su conjunto. Verdaderamente, en cada uno de nosotros, está impreso el sello del poeta viviente. Tan solo nos falta estrecharnos enel paraíso para entornar el recital de la gloria, y, así, poder sentir a Dios en esa luminaria perpetua, entre nuestrasmiradas y la suya.