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Lunes, 2 de Diciembre del 2024
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Combatirse a sí mismo

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Combatirse a sí mismo

Hoy más que nunca el mundo necesita hombres de horizontes amplios que propicien la paz, másque con grandes manifiestos, con su coherencia en las pequeñas cosas de cada día. Naturalmente, losseres humanos tienen derecho a ser como son, a mirar al futuro con confianza e ilusión, poniendo enmarcha proyectos, tejiendo nuevas relaciones entre unos y otros. De ahí que el respeto sea algo más queuna palabra esencial, es condición previa para el mismo desarrollo del propio ser humano. Ciertamenteuno tiene que empezar por respetarse a uno mismo para respetar a los demás. Cuando esto se produceflorece la amistad sincera y el acercamiento deja de ser algo interesado, favoreciendo la realización de lapersona.

Hemos de pasar de un invierno de aislamiento y confrontación a una primavera de libertades. Sólo así podremos recuperar el sentido armónico y, por ende, la convivencia pacífica. Ya sabemos quesomos diversos, ahora lo que nos hace falta es abrirnos al diálogo de las diferencias, mediante laconsideración a todo ser humano. Estamos llamados a generar tranquilidad, a crear atmósferas más fraternas para que, junto a losfrutos de la globalización de los mercados, renazca también la globalización de la solidaridad; puesto queel crecimiento económico ha de estar acompañado también por un mayor acatamiento de la creación;junto a los derechos individuales y en su conjunto, ya que estamos convocados a mantenernos unidos enla diversidad. Únicamente así podremos hacer familia, sentirnos fuertes como especie, conservar eseespíritu de concordia.

En efecto, si la solución del problema migratorio pasa por una conversión enprofundidad que nos permita reencontrarnos, también este clima de violencia que nos invade requiere deuna reconversión existencial en los lenguajes, que han de ser mucho más conciliadores, para que se nosactive la vena de la reconciliación. Sin duda, es el sosiego el que debe guiar el destino de todos y de cadauno de nosotros. Requerimos, en consecuencia, de otras políticas más humanistas, que ya no solocontribuyan a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos, sino que tam- bién impulsen un crecimiento demás unión, tal vez retroalimentándonos por la clemencia. Que angustia más profunda cuando nos encerramos en nosotros mismos para esparcir odios yvenganzas, rencores y rabias; la vida se vuelve insoportable, todo parece estar infectado por el dolor, yhasta los días parecen tristísimas noches, alejándonos hasta de nuestra propia familia.

Si fuéramos menoscínicos aprenderíamos de nuestra historia, alzaríamos menos muros, seríamos en verdad pacificadores,trabajaríamos codo con codo para reconstruir un mundo más equitativo, menos violento, más vivo en elamor, que es lo que incrusta una vida en plenitud para todos. Pensemos que buena parte de ese fuego deintimidaciones proviene de las desigualdades y de la discriminación, del levantamiento de fronterasabsurdas y de frentes estúpidos, que lo único que hacen es conducirnos al caos. Sin embargo, un auténticoespíritu de solidaridad supera cualquier egoísmo y esto es bueno, en la medida que hay donación; y, aldonarse, todo se fraterniza. Vencerse a sí mismo es la gloria. Nos embellecemos y, con ello, queda tododicho.

Por consiguiente, todos podemos hacer más por enjugar las lágrimas de tantos seres indefensos,máxime cuando llevamos injertado interiormente un individualismo exasperado, que nos vuelve tan fríoscomo inhumanos.Realmente debiéramos, con urgencia, tomar el camino de la humildad, cuando menos para que ellinaje no lo gobiernen los que viven de las apariencias y son unos caraduras. Con su corazón de piedra,nos están haciendo un daño tremendo a la misma subsistencia y continuidad de la raza. El compromisodebe ser, por tanto, el de proceder de manera silenciosa haciendo el bien y realzando vínculos que nosfraternicen, más allá de la soberbia, la vanidad y el engreimiento.

Nadie es más que nadie, tampocomenos que nadie. Y todos necesarios e imprescindibles. Esta es la cuestión de fondo. Cada cual en sucamino, con su tarea, pero para armonizar, no para violentar o imponer nada, sí para escuchar el grito deldesvalido. Recordemos que las guerras comienzan en el corazón de los humanos y que tan vital como elpan de cada día, es el encuentro de almas, que ya está bien de tanta destrucción del espíritu humano.