1. Skip to Menu
  2. Skip to Content
  3. Skip to Footer
Lunes, 2 de Diciembre del 2024
| 6:30 am

Síguenos en Las Americas Newspaper Facebook Las Americas Newspaper Twitter Las Americas Newspaper Google Plus

¿Por qué contiene una enorme cantidad de azúcar que los bebés no pueden digerir? la leche materna

Leche materna

Al nacer, el ser humano promedio pesa un poco menos de 3,5 kilos y tiene unos 45 centímetros de largo. A partir de ese momento, durante las primeras semanas de vida crecemos más rápido que nunca: casi un centímetro por semana.

Y el único alimento para mantener ese impresionante ritmo de crecimiento es la leche materna, un líquido asombroso que contiene todo lo necesario para el desarrollo de un bebé humano. Pero además es un fluido caro, pues la madre tiene que descomponer su cuerpo para producirlo. Así como suena: tiene que, por ejemplo, derretir la grasa que tenga almacenada -empezando por la de las caderas y trasero-. Es por eso que el hecho de que uno de los principales ingredientes de la leche materna sea uno que no puede ser digerido por los humanos es tan extraño.

“La leche materna, básicamente, es todo lo que el bebé necesita nutricionalmente... y mucho más”, señala Bruce German, del Departamento de Ciencia y Tecnología Alimentaria de la Universidad de California en Davis, Estados Unidos. “Está llena de agua, llena de proteínas, llena de grasa, llena de azúcar... Pero lo más sorprendente para nosotros era que tiene una enorme cantidad de oligosacáridos complejos, que son totalmente indigestibles para los bebés”. Pero ¿cómo supieron que el bebé no las puede digerir? “Medimos los que entraban y medimos los que salían”.

Fue hace más de medio siglo que los científicos descubrieron estas moléculas complejas de azúcar llamadas oligosacáridos, que son completamente inabsorbibles por el intestino humano y no tienen ningún beneficio nutritivo para el bebé. Bruce German y su equipo se propusieron resolver ese rompecabezas de larga data y descubrir por qué la madre produce grandes cantidades de estas moléculas.

“La idea que nos inspiró fue que si esas moléculas no alimentaban al bebé, debían alimentar otra cosa: bacterias”, explica German. Así que aislaron unos oligosacáridos y se los entregaron a David Mills, un microbiólogo mundialmente famoso. “Él trató con bacteria tras bacteria hasta que por fin encontró una que crecía en ellos”.

Era bifidobacterium infantis la única bacteria que puede alimentarse de los oligosacáridos de la leche humana. Dedujeron que la razón por la que esas moléculas indigeribles estuvieran en la leche era para que la bacteria pudiera crecer y florecer. Estuviste en un ambiente estéril y protegido, y de repente saliste a este sucio mundo. Empezaste a adquirir bacterias de tu entorno que desde entonces y por el resto de tu vida te cubrirían por dentro y por fuera. El intestino delgado es particularmente susceptible a las bacterias infecciosas patogénicas. Así que en virtud de que esta bacteria florece en esos oligosacáridos, el intestino delgado se llena de Bifidobacterium infantis, cubre el intestino del bebé e impide que cualquier patógeno crezca. Las madres literalmente reclutan otra forma de vida para que cuide a sus bebés.